Domar la metáfora rebelde: 3 trucos y un ejercicio
A veces una metáfora se escapa como caballo desbocado: bonita de lejos, pero nadie puede montarla. Hoy te traigo tres trucos rápidos para convertir esa bestia salvaje en un corcel al servicio del poema, más un ejercicio práctico que lo clava en tu cuaderno.
1. Aísla la comparación
Quita los adjetivos, quédate con «A es B». Si aún suena hueco, la imagen no sostiene peso propio. Las metáforas son un gran ejemplo de lo que se puede llegar usando herramientas literarias, pero cualquier abuso es demasiado, en las letras y fuera de ellas.
2. Cambia de sentido
¿La metáfora es visual? Pásala al olor. ¿Es táctil? Llévala al sabor. El cruce de sentidos despierta chispas inesperadas (sinestesia para los frikis). Dale una vuelta de tuerca y no dudes en esforzarte un poco más.
3. Reduce la escala
Deja de comparar el mar con el infinito y compáralo con la grieta de una taza. Cuanto más microscópico, será más íntimo y sorprendente y permitirá que tu lector se sumerja más aún.
Ejercicio exprés
Elige una metáfora gastada (“Tus ojos son dos luceros”), aplica los tres trucos y reescribe. Deja tu versión en comentarios con #MetáforaDomada
o en mis redes sociales mencionándome y responderé a todos los que lleguen.
«Una buena metáfora no oculta, revela.»