Corregir un verso sin matarlo: guía exprés

Reescribir puede ser acto de amor o de asesinato literario. ¿Dónde está la línea que separa la poda saludable de la tala indiscriminada? Después de publicar Los pensamientos olvidados aprendí que la verdadera voz de un poema suele aparecer en la cuarta o quinta reescritura, siempre que no la estrangules en el intento. Hoy comparto un método rápido — y casi indoloro— para corregir un verso sin matarlo.

1. Lee en voz alta (diagnóstico)

El oído detecta vacíos que el ojo perdona: cacofonías, acentos forzados o ritmos que se desinflan antes del punto. Grábate. Escúchate. Si tropiezas al leer, el lector tropezará al imaginar. Tú eres a veces, el mejor lector que te puedas imaginar.

2. Caza redundancias (hemostasia)

Dos imágenes idénticas en la misma estrofa sangran el impacto. Subraya las palabras repetidas; decide quién vive y quién cede su lugar. A veces la repetición NO ayuda.

3. Ajusta el ritmo (sutura)

Cuenta sílabas — o pulsos interiores — y comprueba el oxígeno. Añade o quita una sílaba para que el verso pueda respirar sin bombona. ¿Ayuda que tengas que acabar ahogado al terminar de recitar?

4. Añade textura sensorial (transfusión)

Si el verso se queda plano, implanta un detalle tangible: temperatura, olor, sabor. La imagen correcta es sangre oxigenada: aviva todo el sistema. Más detalle a veces sí que ayuda, pero sin que nos excedamos.

5. Cierra con distancia (alta médica)

Déjalo reposar una noche — o dos —. Regresa con ojos nuevos y pregúntate: «¿Late?». Si late, suelta el bisturí.

«La perfección no existe, pero la precisión sí.»

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© Escritura Sin Piedad — Alejandro González García, 2025