¿Alguna vez has sentido que tu poema está “casi” pero no termina de latir?

Hoy comparto la herramienta que uso para abrir un texto como un cirujano y detectar dónde se esconde la hemorragia o el golpe de magia que le falta.

Lo llamo método Bisturí porque corta en capas, con paciencia y sin miedo a ver sangre de la metáfora que se escapa.

Paso 1 — Diagnóstico: leer en voz alta

Antes de tocar nada, leo el poema despacio, grabando con el móvil para escucharme a mí mismo desde fuera. El oído es más sincero que la vista: señala cacofonías, falsos acentos y versos que se quedan sin oxígeno antes de tiempo. No me fío de lo que escucho dentro de mí, quiero oírlo como si fuera una tercera persona.

Paso 2 — Hemostasia: marcar redundancias

Subrayo palabras repetidas o imágenes duplicadas. Una metáfora vale; dos idénticas desangran el impacto; tres provoca que vaya directo a la hoguera. Si la repetición busca efecto rítmico, la dejo; si nació por inercia, la corto sin piedad.

Paso 3 — Sutura rítmica

Mido la respiración: ta-ta-taa. Cambios bruscos de sílaba pueden generar tensión interesante o un tropiezo absurdo. Ajusto — añadiendo o quitando una sílaba — hasta que el verso corre sin cojeras, sin esfuerzo, sin tener que ponerle demasiado ahínco.

Paso 4 — Transfusión de imagen

Si un verso suena plano, trasplanto un detalle sensorial: olor, textura, temperatura. La imagen correcta es como sangre oxigenada: aviva el conjunto y sólo necesita fluir por ella misma para dar vida.

Paso 5 — Cierre estético

Leo de nuevo. Pregunto: «¿Late? ¿Respira por sí mismo?» Solo entonces firmo la alta médica y me muevo al siguiente paciente.

«La poesía no siempre se escribe; a veces se opera.»

¿Te sirvió la técnica?

Déjame en los comentarios la línea que más sufrió tu bisturí.

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© Escritura Sin Piedad — Alejandro González García, 2025