Contar tu día no necesita épica ni números grandes. Cada jornada trae una escena, un pequeño deseo, una piedrecita en el camino y una decisión. Con eso basta para construir una historia que se deja leer. El secreto no está en adornar, sino en elegir qué mostrar y en qué orden. Hoy vamos a bajar el volumen para que se escuche lo que importa.
Por qué lo cotidiano funciona (aunque parezca “poco”)
Lo cotidiano tiene la ventaja de que todos lo entendemos. Cuando hablas de la lluvia en el paso de cebra, de la cafetera que se queda sin agua o de la conversación de ascensor que no supiste cerrar, nos invitas a entrar sin tarjeta de socio. La familiaridad es la puerta. Si eliges bien la escena y la cuentas con calma, el lector no necesita nada más para quedarse.
“No hace falta que pase algo grande; basta con que pase bien.”
Una tarde cualquiera (el esqueleto en directo)
Imagina que vuelves a casa en bus. No ha sido un día terrible ni brillante. Solo largo. En el bolsillo llevas un ticket arrugado y una frase que te dijo el cajero cuando no te leyó la tarjeta a la primera. Eso ya es material. Si lo cuentas en orden, aparece la historia sola:
Escena: la tarjeta que no pita a la primera y el cajero que dice “pruebe a respirar”.
Deseo: llegar a casa sin más tropiezos.
Obstáculo mínimo: el bus que tarda, el asiento mojado por la lluvia, el niño que pregunta si hoy también habrá deberes.
Elección: decides sentarte de pie (sí, a veces es eso), decides reírte del “pruebe a respirar”, decides escribir la frase en el móvil para que no se escape.
Cierre: entras en casa, dejas el ticket en la nevera con un imán y pones agua a hervir. Fin.
No hay fuegos artificiales. Hay secuencia. Y la secuencia, cuando se respeta, atrapa.
La columna vertebral en 5 piezas (explicada sin jerga)
1) Escena. Empieza en un lugar concreto: la caja del súper, el portal, la parada. Pon 2–3 detalles que cualquiera pueda ver. No enumeres veinte: elige. Si dudas, elige sonido (el pitido que no llega) y temperatura (los dedos fríos agarrando el monedero).
2) Deseo pequeño. ¿Qué querías en ese momento? No la felicidad mundial. Querías llegar a casa seco, que la tarjeta pitara, que el bus no tardara. Los deseos pequeños mueven el mundo real.
3) Obstáculo mínimo. Algo molesta: una cola lenta, un mensaje que no entra, un semáforo eterno. No hace falta que sea tragedia. Si te hace suspirar, vale.
4) Elección. Decides algo: cambiar de cola, guardar una frase, llamar a alguien, callarte. Una historia sin elección es una cámara de seguridad. Con elección, ya tiene autor.
5) Cierre. Termina con un gesto claro: un punto, un objeto, una luz. Deja el imán en la nevera, apaga la lámpara, guarda el ticket. Cerrar es decidir dónde respira el lector.
Antes / Después (la misma tarde contada de dos maneras)
Versión plana (cronista cansado)
Hoy he ido al súper, luego al bus. Llovía. La tarjeta no iba y el cajero me ha dicho algo.
El bus ha tardado. He llegado a casa y he puesto agua para cenar.
Versión con hueso y piel (lector dentro)
La tarjeta no pita. El cajero sonríe y dice, como si fuera un truco: “pruebe a respirar”.
Respiro, pita. Afuera la lluvia estrena charcos y el asiento del bus ha aprendido a nadar.
Me quedo de pie y escribo la frase en el móvil, por si mañana se me olvida respirar.
En casa pego el ticket con un imán. Pongo agua a hervir. Pienso que, a veces, es eso.
La segunda versión no inventa nada. Elige lo que se ve, lo que se oye y lo que decides. Y deja un punto que tiene sabor, no moraleja.
Qué mostrar y qué no (reglas que ayudan a elegir)
Muestra lo que tus sentidos pueden sostener: un olor a pan tostado, el frío del pasamanos, el sonido del mensaje que no llega. No muestres conceptos abstractos al final: “la vida”, “el destino”, “la sociedad”. Si te piden aparecer, que lo hagan en medio como pregunta y con ejemplo.
Voz: primera, segunda o tercera (cambia el ángulo, no el corazón)
Primera persona (yo): íntima y directa. Ideal para contar la tarde sin filtro. “Me quedo de pie y escribo la frase.”
Segunda persona (tú): sirve cuando quieres que el lector se pruebe tu abrigo. “Te quedas de pie y escribes la frase para no olvidar que respiras.”
Tercera persona (él/ella): crea distancia y un poco de cine. “Se quedó de pie, como quien no quiere elegir asiento, y escribió.” Úsala si la escena necesita aire alrededor.
Ritmo y detalles (cómo suena una historia que cae bien)
Alterna frases cortas que empujen con alguna más larga que deje sabor. No mezcles cinco comas si no hacen falta. Si una frase funciona con menos, quítale peso. A veces, para cerrar, basta con un sustantivo en sitio limpio: “Imán.”
“Las palabras largas se vuelven suaves si las pones junto a platos.”
Errores normales (y apaños rápidos)
- Contarlo todo: no hace falta. Elige una ventana y cierra las cortinas del resto.
- Moraleja al final: cambia la enseñanza por un objeto. “Imán”, “llave”, “vapor”.
- Adjetivos en tropel: conserva uno por frase (el que respira). El resto, fuera.
- Diálogo sin música: dos líneas bastan. Si el cajero habla, que deje eco.
Plantilla flexible (para cuando no salen las palabras)
Hoy [lugar concreto]. [Detalle 1] y [detalle 2].
Quería [deseo pequeño], pero [obstáculo mínimo].
Así que [elección].
Al final [gesto/cierre con objeto].
Completa la plantilla sin pensar en estilo. Luego léela en voz baja y quita lo que sobre. Si la dejas en 6–10 líneas, ya tienes una historia breve que funciona.
Tres ejercicios de bolsillo (5 minutos cada uno)
1) El objeto viajero. Elige un objeto que te acompañó hoy (ticket, llave, taza). Escríbelo al principio y al final. ¿Qué cambió alrededor? Dos párrafos y listo.
2) El deseo minúsculo. Empieza por “Quería ___” y cuenta qué pasó en tres líneas. Si puedes, termina con un sonido (pitido, lluvia, hervir).
3) La frase ajena. Rescata una frase que te dijeron hoy (“pruebe a respirar”) y construye la escena antes y después. Dos líneas de diálogo máximo.
Cierre
No hace falta inventar nada para contar algo que nos sostenga. Hace falta mirar dos veces, elegir la escena y dejar un punto que sienta que ya estamos en casa. Prueba hoy con una historia de seis líneas. Mañana, si te apetece, me cuentas qué objeto viajó contigo y dónde lo dejaste.